Pantalones anchos.
Tatuaje en el cuello.
Remolino en el pelo.
Camiseta de tirantes.
Y las manos en los bolsillos.
El mundo es tu barrio.
Defendiendo tus sienes.
Como tus mas preciados bienes.
Cuando la muerte es un segundo.
Y las palabras son escudos.
Te subes al escenario.
Y vomitas tu vida.
Improvisada.
No quieres llamarlo poesía.
Pero lo cierto es que rimas.
A cada palabra.
Tu vida es ese momento.
En que te subes al escenario.
Y te asomas, sin miedo.
Porque el miedo esta en la calle.
En cada esquina.
Pero aquí arriba no.
No vacilas.
Tu alma se libera a la primera estrofa.
De la cárcel de tus dudas.
Del oficio de las pistolas.
De la herida del cielo.
Y vuela.
Planeando por el presente eterno.
Del sentir de tu cuerpo.
Te liberas.
En la segunda fila, juegas.
Con la mirada de ella.
Pelo corto.
Ojos negros.
Y el cuello como anzuelo.
Del deseo de tu boca.
Por prolongar el ahora.
Como un incendio de versos.
Mientras la noche espera fuera.
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