Aquel once
estaba yo entre sábanas
el día anterior había negociado con Marta,
una mulata preciosa con la que había comenzado a salir
que me quedaría a dormir en su casa
por aquel entonces yo iba por la mañana a la facultad
y por la tarde tenía un curro de jornada parcial,
ella estaba en paro
los planes iniciales pasaban porque ella tenía que ir a la universidad
a recoger los papeles de la graduación y yo a clase,
mismo horario que los trenes de la muerte
pero la pasión del inicio
nos hizo aparcar las obligaciones
por un día
recuerdo cómo comenzó a filtrarse el sonido de los coches de policía
y las ambulancias a través de la ventana de ese piso de entrevías
Marta se giró y me besó la espalda
mascullando: vaya, cada vez empiezan más temprano las revoluciones
y es que en ese punto en el que estábamos
la vida era eso: amor y revolución, ganas de comernos
aprovechando el desvelo
me vestí y bajé a por pan,
mientras Marta preparaba el café para el desayuno
fue entonces cuando la realidad me golpeó con su ladrillo más certero
ha estallado una bomba en el pozo
número de muertos sin confirmar
el sudor frío
caía como una gota de ruido
desde la sien
atravesando el cuello
hasta morir en el ombligo
pagué
como un autómata
sin contar las monedas,
corriendo
hasta llegar al portal
subí las escaleras de tres en tres
hasta llegar a la puerta semiabierta
entré como una exhalación
con la intención de llamar a mi casa
desde el teléfono fijo primero, luego desde el móvil
no había línea
no había línea
la vida y las comunicaciones
se habían interrumpido
abandonado
el pan encima de la mesa,
litros de café como agua
de la taza a los labios, nerviosismo
hasta que finalmente pude hablar con mi madre
y supe que mi hermano
esa mañana no había ido a la facultad
pudimos ser
cualquiera de los tres
uno de los cientos.
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