jueves, 12 de noviembre de 2009

Mens sana in corpore sanum

El público grita, las guitarras eléctricas encendidas, sube la temperatura y el vocalista agarra el micrófono como si fuera su amante y susurra palabras que hacen enloquecer a la marea humana...son los acordes de una nueva canción.
Nuestro protagonista evoca cada canción como si su cuerpo estuviese allí, en las primeras filas del concierto que resuena en su mp3...los ojos cerrados y el corazón latiendo desbocado.
La música en directo es su compañera inseparable en esa hora que dedica a machacarse en el gimnasio.
Lo suyo no fue un amor a primera vista, mas bien una prescripción médica de obligada rehabilitación.
Mantiene los ojos cerrados mientras pedalea en una bici estática, a cada pedalada un golpe de baqueta, cada solo de guitarra una motivación.
La garganta se reseca y abre los ojos, para agarrar la botella de agua que descansa en el suelo. Algo capta su atención.
En el fondo, haciendo estiramientos en una espaldera esta ella.
Levanta la pierna y la apoya en el esqueleto de la espaldera, sus manos tocan la punta de los pies, dejando sus caderas a descubierto.
Él, traga saliva, y la mira, su mirada se posa en la parte izquierda de su cuello y va descendiendo, recorriendo despacio cada rincón de su cuerpo, mientras una gota de sudor resbala por su frente, incendiando de deseo cada poro de su piel.
El marcador electrónico de la bicicleta protesta, e indica una subida desorbitada de pulsaciones por minuto.....nuestro protagonista observa el dato con una sonrisa divertida, y en un movimiento rápido se baja de la bici.
Con paso firme avanza los metros que le separan de ella, mientras piensa un pretexto para hablarle, siente un hormigueo que nace en la nuca y que desciende a intervalos irregulares por la columna vertebral....
En el último segundo, cuando se encontraba a tan sólo dos suspiros de distancia, se gira en un movimiento brusco y dirige sus pasos al servicio.
Allí abre el grifo del agua y se lava la cara, mientras maldice su indecisión, su mente navega perdida, reproduciendo cada movimiento de su cuerpo, cada segundo de aquella coreografía perfecta que eran sus ejercicios de estiramiento.
Cierra los puños, y concentra toda su energía en volver allí y hablarle, decirle con los ojos que quiere hacerle el amor....pero ya no está, y el gimnasio se ha transformado en un cubo mecánico de aparatos sin alma, que repiten sonidos artificiales.
Coje su toalla, la llave de la taquilla, y se lanza en una carrera suicida escaleras abajo....ni rastro de su pelo, de sus mallas ni, de su camiseta amarilla.

Mientras camina de vuelta a su casa, se detiene en un parque, y sentado en un banco, con una mano ajusta el volumen de la última canción...mientras con la otra remueve la arena del suelo, como queriendo encontrar la piedra filosofal que marque las coordenadas de sus labios..

Y piensa: "otra batalla perdida"...

7:45 de la mañana,se abren las puertas del tercer vagón del metro y nuestro protagonista entra corriendo en un último suspiro, antes de que se cierren, sudando, en una mano un libro, en la otra el abrigo y la bufanda.... Hay un asiento libre, torpemente intenta acomodarse y sus rodillas chocan con las rodillas de alguien...de sus labios cuelga de puntillas una disculpa, cuando levanta la mirada y allí esta ella.....¿quién dijo que no existían las casualidades?

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