El mundo rueda
en su propia sangre
de poder y falsos dioses.
A eso se referían los Mayas,
no era el fin de la vida,
era el fin de la llama
de los hombres.
Por eso sólo queda desierto
y zombies,
esclavos del deseo artificial
que no alimenta.
¿Cuándo empezamos a devorarnos?
Nosotros, depredadores
de almas y sueños,
de tierra y de árboles.
Agentes perpetuos
de una felicidad espontánea,
peones catódicos,
gregarios del dólar.
Cuántas vidas debemos esperar
para reventar el cielo
a gritos,
recuperando palmo a palmo
el espíritu que nos hizo libres.
Somos autónomos
de alma
y pensamiento,
ciudadanos del mundo
y de la vida,
carne de la tierra,
dueños de nosotros.
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