En la orilla
de la playa del fin del mundo
la silueta de la luna
forma media guitarra,
a la que se suben las caracolas
desahuciadas del cielo,
dibujando un camino
de cuerdas
que el último viento
del norte
se encarga de afinar.
La primera nota
es la señal
que libera a las cometas
del yugo de un cielo convexo.
El invierno
es el día lejano,
la marea de los gigantes
que nunca llega a este lugar.
La patria,
el juego de pisadas
de un pájaro
libre, que anida en el vientre
de los sueños
que nacen
a intervalos
de un faro que apunta
a las estrellas.
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