Ya no escribo poemas de amor.
Mi labio
vuelve a estar
intacto,
ya no me muero
en el tránsito
de mis pestañas.
Se suicida
el sol,
enseñándome
cómo se hace,
pero
mi verbo
ya no responde.
Vuelve la noche
apuntando a las musas,
caen
una a una
como teclas
de un piano
a la deriva,
apagando
los últimos fuegos
que me quedaban.
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