Rose se llamaba la mujer que le sirvió café,
mientras sonaba de fondo una canción de Bob Dylan, que bien podría ser Like a
Rolling Stone.
Eligió la tarta de arándanos. Sus pupilas
se detuvieron en la gota que resbalaba en el cristal, intentando adivinar el
siguiente serpenteo. De ahí a la mesa tres, donde un padre de familia, repartía
un sándwich con patatas fritas entre sus dos hijos pequeños.
Eso le trajo de vuelta una imagen de su
infancia muchas veces repetida, aquella en la que su padre pedía una Coca-Cola
y dos vasos, para que su hermano y él se la repartieran.
“Dicen que cuando
estás al borde de la muerte, ves un resumen desordenado de las imágenes más
relevantes de tu vida”, pensó mientras apretaba con fuerza el revolver que
escondía entre las piernas. No tenía ni idea de cómo sería el aspecto de la
persona que vendría a matarle, por eso quiso elegir el escenario, la música, el
olor del café y la textura de la tarta entre los labios.
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