domingo, 21 de diciembre de 2014

7:16

Apurar unas monedas, estirar el cobre y comprarte una bolsa de risquetos, con la caja torácica rota en 27 partes desiguales. 
Otro amor imposible, como tantos otros de esta vida a destiempo.
Los risquetos ahora no manchan, la imagen de mis dedos impolutos rescata otra imagen, la de Marta con 19 años,
la tripitidora de COU que se fijó en mí cuando yo no llegaba a los 15. Sus dedos naranjas de risquetos, su pelo corto y la increíble habilidad que demostraba al dibujar la moto de Tetsuo.
No puedo decir que haya tenido muchos amores imposibles, de ahí que siga vivo y cuerdo. También es cierto que las canas que sobresalen del gran escudo antimisiles que llevo como amuleto, me resguardan.
Pero como todo instrumento de guerra, los escudos fallan. Y otra vez aquí, desnudo y despierto al dolor infinitesimal de esta ciudad exacta.
Otra vez se repite la historia y no aprendo, no tengo la inteligencia suficiente como para habitar el horizonte amable. Me niego el amor como sistema de conducta, por eso siempre lo busco al borde del acantilado.

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