Apurar unas monedas, estirar el cobre y
comprarte una bolsa de risquetos, con la caja torácica rota en 27 partes
desiguales.
Otro amor imposible, como tantos otros de esta vida a destiempo.
Los risquetos ahora no manchan, la imagen
de mis dedos impolutos rescata otra imagen, la de Marta con 19 años,
la
tripitidora de COU que se fijó en mí cuando yo no llegaba a los 15. Sus dedos
naranjas de risquetos, su pelo corto y la increíble habilidad que demostraba al
dibujar la moto de Tetsuo.
No puedo decir que haya tenido muchos
amores imposibles, de ahí que siga vivo y cuerdo. También es cierto que las
canas que sobresalen del gran escudo antimisiles que llevo como amuleto, me
resguardan.
Pero como todo instrumento de guerra, los escudos
fallan. Y otra vez aquí, desnudo y despierto al dolor infinitesimal de esta
ciudad exacta.
Otra vez se repite la historia y no aprendo, no tengo la
inteligencia suficiente como para habitar el horizonte amable. Me niego el amor
como sistema de conducta, por eso siempre lo busco al borde del acantilado.
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