martes, 15 de enero de 2019

Uno

Me inclino hacia la realidad

como la mitad de lo que soy 
trato de dejar una imagen intacta 
por si no vuelvo

Abro los ojos
podría decir que la ciudad que se ofrece 
es la misma:

la campana de la iglesia sigue sonando a las 20:00 
dando un paso de fe hacia la literatura
como si el sonido fuese el Big Bang 
o la ola quinta que nos desahucia de nosotros mismos.

Es tan de otro tiempo 
la imagen
que quizás sea ya lo único no cuestionable

lo sé porque esa misma campana sonaba 
una tarde de noviembre o julio
cuando todo era de otra forma 
e incluso éramos capaces de no herirnos.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Reborn

Tumbado en el césped, exhausto
después de jugar al futbol durante horas
7 años
Llevaba rodilleras en los pantalones
Los gritos de nuestras madres se filtraban a través del azul
No recuerdo quién gano, tampoco era importante
Solo sé que nos levantamos de un salto
para llegar al quiosco de helados y pedir una nube congelada

La felicidad estaba allí, apretándonos el pecho.

jueves, 1 de enero de 2015

1

Qué puede hacer un poema contra trescientos sesenta y cinco días

remontar el cielo, el mismo que a todos nos despierta,
llenarlo de palabras como dragones rojos,
que reviente de una vez y nos deje ver más allá de la existencia

apoyar las utopías de los niños y envejecer las mentiras,
los huecos tristes, el asfalto

rellenar el planeta restante,
el que no abarcan nuestros ojos cansados
con todo aquello que no elegimos por falta de fuerza

instruir a los teólogos del escaño, 
donar todo el papel verde y el oro negro a una isla de hierro,
que vayan como moscas a la mierda

para quedarnos fuera, sin miedo a nosotros mismos,
hombro a hombre, hombre a hombro sin fronteras.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Althir

Se despertó.

Al incorporarse sintió un dolor agudo en la base de la espalda. El sueño rojo le había dejado marcas en la piel. Buscó sin éxito el sol para orientarse. ¿Cuántas horas llevaría allí?, pensó mientras se sacudía la sombra y tanteaba el suelo, hasta que encontró el carcaj.

El silencio era devastador, mucho más que cualquier nombre. Comenzó a caminar entre los restos de civilización como quien bordea la laguna estigia.

Tuvieron que pasar un par de horas, hasta que sintiera ese parpadeo a lo lejos. Era un intervalo que conectaba directamente con su corazón. Una luz ausente, como de piedra, pero que al cruzarse con su retina de elfo, activaba el engranaje. Algo le llamaba poderosamente la atención. Había leído desde niño que la intermitencia del espíritu, avisa de la presencia de la reina.

Pensó en el exilio de su pueblo, las horas tristes, el silencio de los árboles; el mensaje que poco a poco había calado en el corazón de la libertad, transformando el idioma de los niños.
Recordó la primera ola del mar alado, cuando su padre le arrojó a la felicidad de sentirse hijo del horizonte. Fue entonces, cuando la palabra Althir nació de su boca, y comenzaron a acudir cientos, miles de caballos de entre los árboles.

domingo, 28 de diciembre de 2014

6:06

Rose se llamaba la mujer que le sirvió café, mientras sonaba de fondo una canción de Bob Dylan, que bien podría ser Like a Rolling Stone.
Eligió la tarta de arándanos. Sus pupilas se detuvieron en la gota que resbalaba en el cristal, intentando adivinar el siguiente serpenteo. De ahí a la mesa tres, donde un padre de familia, repartía un sándwich con patatas fritas entre sus dos hijos pequeños.

Eso le trajo de vuelta una imagen de su infancia muchas veces repetida, aquella en la que su padre pedía una Coca-Cola y dos vasos, para que su hermano y él se la repartieran. 

“Dicen que cuando estás al borde de la muerte, ves un resumen desordenado de las imágenes más relevantes de tu vida”, pensó mientras apretaba con fuerza el revolver que escondía entre las piernas. No tenía ni idea de cómo sería el aspecto de la persona que vendría a matarle, por eso quiso elegir el escenario, la música, el olor del café y la textura de la tarta entre los labios.

Kojiro.

El día que llegó Kojiro, una estampida de caballos de sal amenazaba la montaña. Desde la cima, un anciano estaba a punto de saltar desde la vida hacia al abismo. Cerraba los ojos, mientras archivaba en la memoria la imagen de su mujer, cuando escuchó un llanto agudo como una espada. Nunca había estado más vivo que en ese momento, cuando contempló atónito aquel bote abandonado en mitad del oleaje. En el centro del vaivén, un bebé envuelto en mantas desafiaba a los dioses. No se lo pensó y saltó esta vez desde la vida hacia a la vida, para adoptar a ese niño para siempre.

Kojiro resultó ser un bebe inquieto, que lloraba más de la cuenta. Solo se callaba cuando su padrastro le dejaba tocar la funda de la espada.

A los siete años, una mañana de abril, aprovechando que su padrastro había ido a pescar, esquivó la prohibición de coger la espada y desenfundó, perdiendo la noción del tiempo mientras bailaba entre los árboles.
Cuando le sorprendió el anciano, le arrebató la espada y le hizo un corte en el antebrazo, a sabiendas de que ese niño iba a ser un samurái, quizás el más grande de todos los tiempos.



domingo, 21 de diciembre de 2014

18:30

Tendemos a encender los límites, inflamando los calendarios de poemas, propósitos, enmiendas. Nos apuntamos al gimnasio, empezamos a leer a Joyce, mantenemos la revolución a flote, sin implicarnos demasiado.
Peligroso es este mundo porque hasta la revolución la hacen por nosotros, mientras nos sentamos a ver los combates en los que casi siempre gana Pablo.

Dejamos en otras manos las nuestras, asistiendo al derrumbe de los matices que conforman el sistema de valores de una sociedad a medio camino, entre el vandalismo político y el estancamiento económico. 
El futuro se nos escapa de las manos, hay fugas de talento( los que tienen la suerte de escapar), mientras en casa se queda el abuelo de 56 y el de 24.

No hay futuro señores y esto no es un eslogan punk. 
Es la puñetera realidad de una sociedad maltratada por todos y cada uno de los estratos que la conforman. Una sociedad insolidaria, con tendencia al pillaje, sometida a una dictadura homogénea que se propaga a través de la repetición y la violencia, asentando sus bases a través de autopistas catódicas, resúmenes, refritos, trending topic que a través de su balanceo, logran mantener la calma del avispero social.

7:16

Apurar unas monedas, estirar el cobre y comprarte una bolsa de risquetos, con la caja torácica rota en 27 partes desiguales. 
Otro amor imposible, como tantos otros de esta vida a destiempo.
Los risquetos ahora no manchan, la imagen de mis dedos impolutos rescata otra imagen, la de Marta con 19 años,
la tripitidora de COU que se fijó en mí cuando yo no llegaba a los 15. Sus dedos naranjas de risquetos, su pelo corto y la increíble habilidad que demostraba al dibujar la moto de Tetsuo.
No puedo decir que haya tenido muchos amores imposibles, de ahí que siga vivo y cuerdo. También es cierto que las canas que sobresalen del gran escudo antimisiles que llevo como amuleto, me resguardan.
Pero como todo instrumento de guerra, los escudos fallan. Y otra vez aquí, desnudo y despierto al dolor infinitesimal de esta ciudad exacta.
Otra vez se repite la historia y no aprendo, no tengo la inteligencia suficiente como para habitar el horizonte amable. Me niego el amor como sistema de conducta, por eso siempre lo busco al borde del acantilado.

8:23

Es algo que tiene que ver con la energía, con lo que uno es y le define.
Eso que habita en las tripas, en el estómago corazón, en las tinieblas también, en la piel, en el recuerdo y en los sueños.
Llámalo teatro, poesía, esgrima, pintura, escultura, Arte.
El que lo ha vivido y asimilado sabe muy bien que no es una elección, sino una parte de uno mismo. Un trozo de alma que necesita carbón o aliento, empuje, imaginación, desarrollo.

Por mucho que lo apartes en aras de otro objetivo, trinchera o fin,
ese monstruo insaciable te seguirá llamando, quizás no ahora, sino más adelante y durante toda tu vida.

Pancho.

El día que murió Pancho, fue un día como cualquier otro.
Nada extraordinario lo hizo diferente, pero nunca olvidaré ese día. 
Yo andaba concentrando toda mi energía en un amor a punto de romperse. Era un amor de cristal, bañado por dos soles y un charco de distancia. Llevábamos días discutiendo por teléfono, a sabiendas de que estando cerca, más de una de las barreras que dibujábamos, hubiese tenido solución.
Recuerdo perfectamente la imagen de mi perro sentado, como vencido entre las sillas del comedor y cómo mi hermano y mi madre fueron a ver qué le pasaba, mientras yo hablaba por teléfono. Los escuchaba de fondo hablar, preocuparse, pero no le di importancia. Toda mi energía estaba puesta en mantener el fuego con las manos. Pero oí que se lo llevaban al veterinario y salí por un momento de mi voz, para acercarme a él. Recuerdo la inquietante sensación al sentir su hocico frío, mientras le acaricié la última vez. 
Por su puesto no era consciente de que lo que le pasaba era grave, ni mucho menos que iba a ser la última vez que iba a verlo. 
Esa noche nítida, perdí a Pancho, y todavía no me he perdonado no haber estado a su lado ese día.

sábado, 6 de diciembre de 2014

9:03

Y ahora qué hacemos
si la ciudad se esconde de la luna
 y cada vez más oscuridad en los portales

las baldosas dejaron de ser rebeldes y aúpan a los bandidos
o esos hombres talla político, guión estafador

a quién dirigimos nuestros hombros,
cuánto será el peso que debemos soportar

que ya estamos cansados y tristes,
por más que solucionemos los problemas
en las redes sociales o en la esquina de un bar
volvemos a casa con la sensación
de que las calles ya no nos acarician,
como si se hubiese instalado un vacío capital

¿el amor?
buena pregunta
nos cambiamos el amor
en los mensajes  doble click, emoticono
mientras el intercambio
nos va reduciendo la pasión en caracteres,
la madurez de decisiones,
el aplomo de enfrentarnos a la verdad

nos usamos un puñado de veces,
para llegados al delirio abandonarnos en la cuneta
bloqueándonos las cuentas del contacto,
eliminándonos de la posibilidad

¿ hacia dónde vamos?
¿ qué hay después de esta calma de robot?