Se despertó.
Al incorporarse
sintió un dolor agudo en la base de la espalda. El sueño rojo le había dejado
marcas en la piel. Buscó sin éxito el sol para orientarse. ¿Cuántas horas
llevaría allí?, pensó mientras se sacudía la sombra y tanteaba el suelo, hasta
que encontró el carcaj.
El silencio era
devastador, mucho más que cualquier nombre. Comenzó a caminar entre los restos
de civilización como quien bordea la laguna estigia.
Tuvieron que pasar
un par de horas, hasta que sintiera ese parpadeo a lo lejos. Era un intervalo
que conectaba directamente con su corazón. Una luz ausente, como de piedra,
pero que al cruzarse con su retina de elfo, activaba el engranaje. Algo le
llamaba poderosamente la atención. Había leído desde niño que la intermitencia
del espíritu, avisa de la presencia de la reina.
Pensó en el exilio
de su pueblo, las horas tristes, el silencio de los árboles; el mensaje que
poco a poco había calado en el corazón de la libertad, transformando el idioma
de los niños.
Recordó la primera
ola del mar alado, cuando su padre le arrojó a la felicidad de sentirse hijo
del horizonte. Fue entonces, cuando la palabra Althir nació de su boca, y
comenzaron a acudir cientos, miles de caballos de entre los árboles.