domingo, 12 de septiembre de 2010

Ciudad Juárez.


Silencio.

Las estrellas refulgían bajo mínimos.
El tiempo se detenía en los desastres.
Y en mitad del callejón.
Él.

Flanqueado por las sombras.
Arrastrando sus talones condena.
Vomitando abortos.
De su ruina, la ruina.
De la muerte, su mano.
De su piel las desgracias.
De su palabra, el homicidio de la luz.

Innombrable.
Despojado.
De cualquier atisbo de sangre.
Frío.

Sus ojos, dos abismos de arena.
Que todo lo tragan.
Que nada se quedan.

Sus manos dos cicatrices.
De amputadas razones.

Sólo la muerte.
Sólo la muerte.


La luna sufría.
En los ojos de la víctima.
Que vencida por el miedo.
Hincaba las rodillas.


Existe el infierno.
De la mano del hombre.
Habita el crimen.
En el vientre de una ciudad, cegada por la desgracia.
Rodeada.
De almas sin dueño.
De dueños sin alma.
Que fusilan a diario.
Cualquier atisbo de esperanza.

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