domingo, 22 de abril de 2012

Sweet dream.



El cielo tenía un color verde, sencillamente porque  el verde es tu color.
Las calles estaban huérfanas de gente, sólo había motos rojas conducidas por  muñecos de trapo.
Yo, conducía un coche blanco de los años cincuenta.
En el asiento del copiloto iba una compañera de colegio de cuando tenía siete.
Laura.
Laura pero con treinta años.

Rotonda.
Los músculos de mi espalda se tensaron,  como si al entrar en ella, un Kraken de cemento nos estuviese esperando.

Salimos vivos.
Para celebrarlo, susurré a Laura un par de palabras que me contestó con los ojos, los mismos ojos azules que cuando tenía siete años.

Llegamos al portal de su casa, aparqué el coche y ella salió sin mirar atrás.
El adiós se difuminó, quizás porque nunca llegó a salir de nuestros labios.

¿Estaba en Nueva York?
Juraría que sí.

Cerré el coche y me senté en la terraza de la esquina.
Vino una mujer pelirroja extremadamente gorda.
Su atuendo se resumía en un delantal inmenso lleno de lamparones.
Sin preguntarme, me sirvió una cerveza, acompañada de un plato de huevos fritos con jamón serrano.
Empecé a comer por inercia, como el que escribe o cuenta ovejitas.

Había dado buena cuenta de mas de la mitad del plato, cuando la mujer de la mesa de al lado( que debía ser  gemela de la camarera )  me obligó a coger un puñado de cerezas de una bandeja que sostenía entre sus  regordetas manos.

Haciendo equilibrio, me apoyé las cerezas en el pecho, con tan mala suerte de que dos se estallaron.
Fue en ese instante, cuando advertí que llevaba la camiseta de Mickey Mouse que me regalaste.


Esas manchas dolieron como dos disparos a bocajarro.
Fue en ese mismo instante, cuando tomé consciencia de que cada parte del cuadro, representaba la total y devastadora ausencia de ti, también en mis sueños.


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