Era un hombre mas.
Una suma de parpadeos.
Unos pies por delante,
una sombra recortada.
Respiraba y latía,
todo en una.
Dando los buenos días,
a todas y cada una de las personas,
que con él se cruzaban.
Pero lo que nadie sabía,
lo que a simple vista cualquiera,
obviaba.
Era su enorme herida cruzada.
Suicida en potencia,
se mataba a diario,
pero nunca tuvo vocación de asesino.
Si acaso un poema sangrante,
a cuchilladas con la luna,
sin remordimiento,
ni encargo.
Tan sólo el placer de dañar a la noche,
mutilando a su Diosa.
En el ocaso de su boca,
el sabor amargo,
del veneno de un corazón negro,
que poco a poco se iba parando.
excelente..felicidades
ResponderEliminarGracias, Rocío!!!
ResponderEliminarAbrazo :)