lunes, 11 de octubre de 2010

Banquero.

Cojea.
La tierra supura a su paso.
Como si el lado que mas apoya.
Condenase a las raíces al fin.

De la vida.

A veces lo grotesco da la razón a la literatura.
He aquí la maldad personificada.
Tantas veces dibujada.

Frente despejada.
Cuadrado mentón.
Viruela en la cara.
Y dos pintas blancas en la comisura de los labios.
Cuando habla.

En el bolsillo de la camisa el arma.
Primera.
Ejecutora homicida.
De cualquier brote de alegría.

Se siente poderoso cuando la empuña.
Y hasta un leve cosquilleo le recorre.
Cuando ante su víctima escoje.
El momento de asestar el golpe final.

No hay héroe que subyugue su frente.
Ni afrenta que dure.
Porque su espalda es coto privado.
De quien come de su mano.

El hijo, el vecino, el hermano.
Son peones del destino en sus manos.
Bajo su techo se descorcha el vino de los poderosos.
Y se niega el pan a los desfavorecidos.
Que somos nosotros.
Cuando en su casa hipotecamos el alma.
Y la vida.
Por tener un techo, que tape la herida.
Del cielo.
Que cae sin remedio sobre nosotros.

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