sábado, 30 de julio de 2011

Una historia del más allá.

La noche era un pretexto gigante o una suma de subconscientes entregados.
El límite era una almohada.
El tiempo, un pozo de sombras.
El espacio, aquel edificio entre tantos.

Gabriel se asomaba.
Atrás quedaba el espacio compartido.
Su hermano en la cama de al lado, roncaba.

Pasadas las doce se acostó
entre dilemas, pensamientos, murallas.

Primero,
fue el frío.

No era algo físico.
No podía serlo.
No en  agosto.

Pero llegaba.

En un acto instintivo,
se llevó la mano al pecho.
De la boca se le escapaba el aliento
disociado.

La puerta se abría...

Entró como un holograma,
resumiendo siglos
a sus espaldas.

Avanzaba lenta
o quizás era el miedo que derrochaba.

La boca de Gabriel
era una mueca,
un poema grotesco.

Quería gritar,
pero la piedra del pecho
no le dejaba.

La mujer avanzaba.

Era
de algún tiempo pasado.
Huérfana de cuerpo,
acumulaba voces que se le escapaban.

Intangible
y a la vez inmensa.
Tres palmos por encima del suelo,
en suspenso
se aproximaba.

Cuando llegó a los pies de la cama
le miró a los ojos,
mientras media sonrisa afloraba.

Su cara era un borrón,
un  susurro en mitad de la noche,
un desorden,
una herida abierta entre dos planos.

Gabriel moría lentamente
( o eso creía mientras el alma se le escapaba)

Ella absorbía
cada latido,
paralizando los músculos
de su cuerpo.

Gabriel cerró los ojos,
apretando los párpados.


"Desparece,
vete de mi cuerpo
y de mi  alma"

Abrió los ojos,
el espíritu ya no estaba.

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