domingo, 18 de diciembre de 2011

Uno.

Hay decisiones que te envuelven en una nebulosa que te abraza y mitiga los pensamientos negativos, el miedo, la duda.
Hay aviones que se ofrecen a llevarte de un punto al otro del mapa y la luna.

Allí estaba yo, nervioso como un actor debutante, enseñando el pasaporte con mi mejor sonrisa.
Asiento 15b, ventana.
El mismo ritual de siempre: libro, periódico en mano, esperando el despegue.

Nueve horas por delante, dedicadas a extensos parlamentos conmigo.
Te imaginaba a intervalos, recuperando cada momento de la historia reciente.
Curiosamente no imaginaba tu cuerpo, todo iba a dirigido a un camino mas profundo, al centro de un enlace que nos ligaba al presente desde todas las épocas, como si te conociese sin barrera de tiempo o distancia.

Apenas dormí, manteniendo un estado de hipersensibilidad hasta llegar al destino.
La última media hora la dediqué a visualizar cada rincón de esa nueva tierra por mí desconocida.
Finalmente llegué a dos palmos del suelo, entre el ruido de despegue y cada letra que confirmaba el nombre de destino:
"Welcome to Miami".

La gente se agolpaba y chocaba, sacando sus equipajes de mano como si el avión fuese a explotar de un momento a otro. Yo repasaba tranquilo las posibles respuestas a las preguntas que pudieran hacerme en control de inmigración. No me preocupaba no entender lo que me preguntasen, sino mi deficiente nivel a la hora de pronunciar correctamente.

Caminé lento hasta llegar a dicho control , entrando un par de veces a los servicios que quedaban a la izquierda de un pasillo largo como una noche sin luna.
Desgasté el espejo de tanto encontrarme con una versión despeinada y con los ojos ligeramente enrojecidos de mi.
Intenté sin demasiado éxito poner en orden los dos caóticos remolinos de mi cabello,  a la vez que ensayaba sonrisa y labios.

Para la entrevista me tocó un oficial asiático( a medida que llegaba mi turno y al comprobar sus rasgos, volaron mis esperanzas de poder comunicarme en castellano).
Sólo fueron 5 minutos que  me parecieron horas.
Recuerdo que cuando aquel hombre puso el sello en mi pasaporte me temblaron levemente las piernas.

Si la entrevista me pareció eterna, mas largo fue el tiempo de espera de mi maleta.
Rodaban en circulo, mecidas por la cinta, todas menos la mía.
A mi alrededor un avispero de carros, personal de seguridad con perros que olfateaban "errores", un hombre con un micrófono, informando de la cinta que correspondía a cada vuelo, ancianas ayudadas por tipos corpulentos, móviles sonando y en la atmosfera toda la emotividad de un puñado de vidas que hilvanaban historias resumidas en sus rostros, en sus vidas.

Llegó mi maleta.
De los siguientes minutos apenas tengo recuerdos, sólo sé que entregué el papel de declaración de aduana, después de mantener una brevísima conversación con un oficial cubano que tenía un tatuaje en el antebrazo y la espalda enorme como el horizonte.

Exit( letrero en verde), dos puertas automáticas.
Una mampara interminable y al otro lado una reunión de caras y brazos, sonrisas y ojos, historias a punto de prender en el instante de una vida.
Yo te buscaba en ese intervalo paralelo a un cristal, mirando en todas las direcciones sin verte.

Al llegar al final de la mampara , doblé hacia el centro de todas las personas y allí estabas.

Tu sonrisa fue lo primero, seguido del movimiento de tu cabello, mientras caminabas hacia mi.
Esa sonrisa tuvo el impacto de una primavera, del sueño que te acaricia en una noche de tormenta,
del dorado que los hombres persiguen en todos los pasos de su vida.
Esa sonrisa era una espada incendiada, una noche eterna y perfecta entre comisuras de estrellas, una balada inspirada, un labio por el que sangrar y morir a verso, desde ese instante o universo que se prolongaría a lo ancho de mi cuerpo, en mi alma, en mis letras, en la vida.

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