sábado, 26 de diciembre de 2009

30 Minutos

La lamparilla encendida es un faro que guia mi mano, en esta tarde gris, en la que el sol se tomó vacaciones.
Pero no necesita descansar, y pisándole los talones a lo que queda de cielo, llama a la puerta de la luna, susurrando poemas, que son como rayos apuntando a sus labios.
Girando las nubes como si fueran pétalos de margaritas, esperando respuesta.
Mientras dejamos al sol cortejando a la luna, permitirme que retome otra historia.
La historia de El caballero oscuro y Marilyn Monroe.
Para meternos en ambiente retrocedamos los relojes hasta aquella hora maldita, en la que nuestro caballero y su rubia doncella se fueron juntos de la mano camino a la perdición.
Detengamos el tiempo durante media hora, adelante, observar:

Allí esta nuestro cowboy, quitándose el sombrero y dejándolo encima de una mesilla de noche improvisada. Cuando sus manos lo sueltan, y en el instante que resta hasta que descansa apoyado en la madera, una nube de polvo se desprende, mezclándose con el entorno. Son sus últimos sueños, que vuelan libres, incitando a su compañera a dejarse llevar.
Ella mira la escena entretenida, mientras se desabrocha los botones del vestido y del alma.
Su pecho blanco rebela cicatrices incurables, su pelo desordenado relata con nombre y apellidos las manos violentas que profanaron su piel.
El se desabrocha la camisa, mientras siente el ardor del deseo quemándole las venas, y la besa los pezones, deteniéndose en todas las heridas, en todos los agravios, devolviéndole su nombre y su condición de mujer.
Ella le ama en cada gesto, en cada verso, como si fuera la última vez.
Y también le besa la herida, la herida que le cruza el pecho de lado a lado, hecha de soledades y desengaños, de tristeza derramada y ausencias incurables..
Y se aman en el precipicio de sus vidas, mas intensamente que cualquier mortal.
Porque la vida eterna son treinta minutos....

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