La lamparilla encendida es un faro que guia mi mano, en esta tarde gris, en la que el sol se tomó vacaciones.
Pero no necesita descansar, y pisándole los talones a lo que queda de cielo, llama a la puerta de la luna, susurrando poemas, que son como rayos apuntando a sus labios.
Girando las nubes como si fueran pétalos de margaritas, esperando respuesta.
Mientras dejamos al sol cortejando a la luna, permitirme que retome otra historia.
La historia de El caballero oscuro y Marilyn Monroe.
Para meternos en ambiente retrocedamos los relojes hasta aquella hora maldita, en la que nuestro caballero y su rubia doncella se fueron juntos de la mano camino a la perdición.
Detengamos el tiempo durante media hora, adelante, observar:
Allí esta nuestro cowboy, quitándose el sombrero y dejándolo encima de una mesilla de noche improvisada. Cuando sus manos lo sueltan, y en el instante que resta hasta que descansa apoyado en la madera, una nube de polvo se desprende, mezclándose con el entorno. Son sus últimos sueños, que vuelan libres, incitando a su compañera a dejarse llevar.
Ella mira la escena entretenida, mientras se desabrocha los botones del vestido y del alma.
Su pecho blanco rebela cicatrices incurables, su pelo desordenado relata con nombre y apellidos las manos violentas que profanaron su piel.
El se desabrocha la camisa, mientras siente el ardor del deseo quemándole las venas, y la besa los pezones, deteniéndose en todas las heridas, en todos los agravios, devolviéndole su nombre y su condición de mujer.
Ella le ama en cada gesto, en cada verso, como si fuera la última vez.
Y también le besa la herida, la herida que le cruza el pecho de lado a lado, hecha de soledades y desengaños, de tristeza derramada y ausencias incurables..
Y se aman en el precipicio de sus vidas, mas intensamente que cualquier mortal.
Porque la vida eterna son treinta minutos....
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