jueves, 3 de diciembre de 2009

Traffic lights.

Semáforo en rojo, la calefacción dibuja un microclima en el espacio reducido del coche.
Tú conduces, yo sintonizo la radio intentando rescatar alguna canción que valga la pena.
Las palabras vuelan libres por el techo, abro la ventanilla y parte de lo que aconteció esta mañana sale de tu boca y se pierde entre la brisa nocturna.
Los adjetivos que utilizaste, para definir aquella herida que se esconde tras la tirita de tu dedo, huyen por el hueco de la ventanilla y van a materializarse en el abrigo de la chica que cruza el semáforo.
Rojo, ese era el color.
Ahora hablo yo, pero al hacerlo cierro la ventanilla, y condeno a mis palabras a un encierro, a una cárcel de sustantivo y verbo.
Nombro un par de recuerdos, que te cuento despacio y lento, adornando las palabras, eligiendo las pausas, acentuando tu nombre, cada vez que mis labios te nombran.
Y te cuento la historia de tus ojos, describo la comisura de tus labios y las palabras estallan en torbellinos de pasión.
Entonces tú me besas.
Semáforo en verde.
Abro la ventanilla y tu recuerdo se libera, el viento propaga tu nombre y tu cuerpo se convierte en leyenda...

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