domingo, 28 de febrero de 2010

Ángel.

El niño juega con dos coches de juguete.
Que choca con estrépito, llamando la atención.
De fondo suenan los gritos de la televisión.
Mientras sus padres mastican el aburrimiento.
Sin mas argumentos.
Que una vida conjunta, sin vivir.
Atrás quedaron las primaveras.
Los puentes entre sus fronteras.
Se los comió la rutina.
Olvidaron sus nombres, sus risas.
Sus semillas se pudren bajo la arena.
Mientras miran hacia otro lado.
Aceptando la condena.
De una vida gris.
Hay que comprar.
Desembarcar en algún centro comercial.
La lista de la compra.
Es lo único que les queda.
Por crear, a dos manos.
Ella va recordando mentalmente, los huecos de la nevera.
Mientras su marido la espera fuera, revisando el nivel de aceite.
Del coche.
Todo sucede muy rápido.
El querubín rubio ve algo que llama su atención.
Y cruza la calle.
Mientras alguien sube el volumen de la radio.
Pensando que así se espantan los fantasmas.
De la noche anterior, apretando el acelerador.
A sus veinte años no conoce mas norma.
Que sus formas, su coche rojo, sus pantalones de marca.
Cuando sus ojos cansados enfocan.
El niño que esta enfrente.
Es ya demasiado tarde, para frenar.
Silencio.
El destino se tapa los oídos.
No quiere escuchar el impacto.
Y mira hacia otro lado.
Esperando un milagro.
Se oye un grito.
De alma quebrada.
De miedo ensordecedor.
Y el tiempo se congela.
Como si se extendiera.
Concediendo.
Unos minutos de descuento.
Una mano sobresale.
De la nada.
Un brazo.
Una camisa de cuadros azules.
Que rescata.
Que se mata.
Por empujar al niño hasta la otra orilla.
De la vida.
Se oye el frenazo.
Las huellas de los neumáticos.
En el pavimento.
El olor a goma quemada.
A vida cansada.
Un hombre y una mujer.
Se miran por fin.
Después de dos vidas vividas.
En ausencia.
Y corren a abrazar a su hijo.
Ileso.
En las manos del vecino del quinto.
Que pasaba de casualidad.
Era un ángel.
Que les brindaba otra oportunidad.

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