martes, 18 de mayo de 2010

El hombre del piano.

Cierra los ojos.
Abre la mente.
La música fluye.
Siente cada latido.
Como si el mundo se detuviese.
Y el anduviese.
Caminando entre las ruinas.
De una vida pasada.
De un lenguaje anterior.
De un diferente color.
Sus manos se deslizan por las teclas.
Como si cada textura.
Añadiera locura.
Al motivo de su alma.
Para dictar cada nota.

Él no se da cuenta.
Pero mientras sus dedos sueñan.
Una lágrima se descuelga.
En un último viaje.
Vestigio de un anclaje.
Cuando ya no hubo puertos,
a los que volver.
Cuando le sobraron motivos,
para volver a ser...

El hombre del traje gris.
Eterno aprendiz.
De tristeza.
De vaso vacío en la mesa.

Y canta.
Mientras se escapa su alma.
Entre vapores de alcohol.
Afinando su dolor.
Con cada estrofa.
Sintiendo la derrota.
Muriendo en verso.
Cantando en vano.
Cuando ya no quedan manos.
A las que recurrir.
Sólo queda el latir.
De un público entusiasta.
Que repite:

"Toca otra vez viejo perdedor"

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