jueves, 11 de marzo de 2010

11-M

En el estómago del tren.
Una daga de sangre.
Una metástasis gigante.
Se iba fraguando en ese instante.
En que los relojes dejaron de latir.

La muerte era la dama.
Que dejaba su cama.
Y ocupaba un asiento vacío de tren.

Una dama envenenada.
De locura y de sangre.
De guerra su vientre.
De muda palabra su boca.


Veo las imágenes de la gente.
En Atocha, subir las escaleras mecánicas.
Mientras explotaba la vida detrás.
 

A mi me hubiera pillado la muerte.
Sepultado entre la gente.
Porque siempre camino despacio.
Observando cada labio.
Imaginando historias.
Con las que cubrir las memorias de mi.

La vida quiso que si.
Que yo siguiese aquí.
Que no cogiese esos trenes.

Mientras,
caminando entre cuentos soñaba,
recorriendo la almohada.

Cuando la realidad atravesó mis fronteras.
Con sus gritos de sirenas.
De manos abiertas de gente.
Que iba en busca de supervivientes.


Yo me guarde este poema.
Que no pude escribir por la pena.
Hoy lo dejo aquí.
Junto con mis ganas de vivir.

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